domingo, 22 de mayo de 2011

En defensa de la biodiversidad

Rosalba Mendieta Corona*

Todavía en los años sesenta, el deterioro del ambiente y los problemas de la contaminación eran asuntos considerados exclusivos de profesionales de la ecología. Especialmente, se pensaba que en la agronomía se encontraban todas las respuestas y que sólo a especialistas de esta área correspondía la responsabilidad de resolver el deterioro. Tampoco a los funcionarios del gobierno se les involucraba de manera directa.

La contaminación del agua, del aire y del suelo parecía no tener relación con la conducta de la población. Poco se reflexionaba sobre la resistencia o fragilidad del equilibrio ecológico y sobre el límite de la abundancia. La conciencia local y mundial, en cuanto a los abusos en la explotación de los recursos naturales, no estaba ampliamente generalizada como lo está en la actualidad.

Ha quedado claro, gracias a la conciencia y a la reiterada denuncia de ambientalistas de todo el mundo, que la responsabilidad compete, por supuesto, a toda la sociedad y a cada uno de los grupos humanos que la conforman. Por lo menos, treinta años de insistencia han servido para que el deterioro ambiental sea considerado como una amenaza real para la vida en la Tierra.

Pero también a lo largo de estos tres decenios, el avance de la tecnología para el aprovechamiento de las fuentes de abastecimiento ha avanzado a una velocidad inesperada, mientras que la información pública adecuada sobre la conservación de la biodiversidad ha llegado siempre con retraso, además de ser totalmente insuficiente.

Este desarrollo inusitado, podría sugerir que la biotecnología es el único recurso para el mejor aprovechamiento de los productos naturales y la única solución para cualquier problema, pero que, además, el conocimiento científico puede ser sustituido sin temor alguno. Podemos afirmar, sin duda, que los recursos técnicos nos han simplificado la vida, pero no debemos perder de vista que se ha estimulado, al mismo tiempo, cierta inconsciencia en cuanto a los recursos que deben o no ser industrializados. Innumerables ejemplos nos han demostrado que embotellar, enlatar, empacar o deshidratar los recursos alimenticios, no siempre ha sido lo mejor. Tal vez uno de los ejemplos más patéticos es el de las empresas embotelladoras de agua natural.
La contaminación del aire, del agua y del suelo, así como la deforestación y el calentamiento global, son el resultado de la ignorancia generalizada sobre el valor de nuestro entorno para la vida. Por otro lado, la creencia de que la industrialización es un sinónimo de civilización complica la tarea de informar y educar a la sociedad en favor de la conservación y explotación racional de los recursos. En este caso, la tecnología ni la ciencia han sido suficientemente efectivas para prevenir el impacto negativo que la "civilización" ha provocado en el ecoambiente; tampoco, lo han sido para restaurar las lesiones que empiezan a ocasionar el agujero de ozono, los grandes deshielos y la deforestación mundial.
En este sentido, existe un paralelismo en cuanto a responsabilidad con la instancia legislativa, con el derecho y la jurisprudencia. En el ámbito jurídico, la escasez o ausencia de leyes claras que debieron proteger el ecoambiente han puesto al descubierto la vulnerabilidad de las poblaciones vegetales y animales, incluyendo las humanas, ante la aplicación de técnicas y métodos que dejan enormes dudas en cuanto a su beneficio.

En el entendido de terminar con el hambre en el planeta y de mejorar la calidad de los productos, a través de técnicas más desarrolladas que optimizaran la explotación sustentable y sostenida de los recursos, el análisis riguroso sobre el impacto en el ambiente y en la población fue omitido en muchas ocasiones, por lo que no se tomaron las medidas preventivas suficientes y justas para evitar el daño.
La responsabilidad de quienes diseñan los proyectos científicos y de quienes toman las medidas políticas para llevarlos a cabo es muy grande, y más grande aún cuando se margina a la sociedad a la hora de evaluar si dichos proyectos son respuesta a necesidades reales.

En 1990, Rudolf H. Strahm y Ursula Oswald Spring, autores del libro Por esto somos tan pobres, planteaban que "el hambre no es sólo un destino. El hambre se genera. En el mundo hay suficiente alimento…" Otros investigadores coinciden en que, de acuerdo a las posibilidades del suelo fértil, ninguna persona en el mundo debería sufrir por hambre. Afortunadamente, el suelo fértil que aún existe en el planeta alcanza para alimentarnos todos.

En 1990, Miguel Blandino Nerio, analista salvadoreño en ecología y deterioro ambiental posbélico, publicó en el periódico Unomásuno un artículo sobre la producción industrial de alimentos; explicó, que si la cantidad de éstos pudiera repartirse entre la población desnutrida, la producción de un año hubiera sido suficientes para evitar o, por lo menos, disminuir las secuelas en el crecimiento y en el desarrollo de los niños y niñas de El Salvador, por la falta de proteínas y calorías; por lo tanto, la desnutrición no era el reflejo, exclusivamente, de la escasez de alimentos, sino de la pésima distribución y el exagerado y continuo encarecimiento.

Catorce años después, opiniones similares continúan alertándonos sobre la verdadera situación de la producción alimentaria. Continúan las reuniones locales e internacionales para denunciar los abusos y para evaluar la producción de alimentos a través de técnicas que significan un costo ambiental muy alto. La organización mundial a favor del ecoambiente ha devenido en un movimiento mundial ecologista de gran proporción y trascendencia, comparable, tal vez, con el movimiento por la paz de los años sesenta que involucró a una gran cantidad de países de todos los continentes.

El hambre sigue avanzando, los transgénicos se le unen

En México, después de más de 80 años de movimientos agraristas, los trabajadores agrícolas no han podido acceder del todo a la maquinaria necesaria ni a las ventajas metodológicas de la agronomía actual. La gran mayoría continúa endeudada y viviendo en la desesperanza, enfrentando los problemas de producción y comercialización que los mercachifles del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) les han provocado. Para su sorpresa, el siglo que está iniciando los saluda con una novedad que podría conver-tirse en una de las más peligrosas desgracias ecológicas: tenemos en puerta la contaminación por productos transgénicos, es decir, semillas degeneradas, llamadas eufemísticamente "semillas mejoradas" o, en el mejor de los casos, "genéticamente modificadas" (SGM).

Las SGM son resistentes a los cambios adversos del clima, a las plagas y a un sinnúmero de enfermedades, entre otras "ventajas". Pese a estas bondades, todavía no se conocen los verdaderos efectos positivos en la salud humana.

En recientes declaraciones, Ignacio Chapela, investigador mexicano de la Universidad de Berkeley, consideró que es imprescindible una legislación más clara en cuanto a la producción y consumo de los transgénicos, pues desde los años ochenta la amenaza de ser invadidos por estos productos sigue latente. Ha hecho hincapié en que la inversión para la producción de estas semillas va en aumento. Hasta el año 2004, el incremento fue, aproximadamente, de 250 mil millones de dólares.

Nos queda claro que la inversión millonaria que los empresarios de los transgénicos han hecho persigue, obviamente, una ganancia todavía más millonaria.

Resulta atractivo y esperanzador, sobre todo para los agricultores de escasos recursos económicos, contar con semillas resistentes a diferentes enfermedades y a cualquier plaga; lo atractivo es la posibilidad de que por cada siembra, la ganancia sea de un alto porcentaje; lo esperanzador es que con semillas de semejantes características, por cada cosecha el número de personas que se alimenten sea mayor, sobre todo, porque al existir menos pérdidas causadas por plagas o por enfermedades, el precio al consumidor podría disminuir considerablemente. Y aun más, resulta no sólo atractivo, sino hasta espectacular que esta semilla producida por biotecnología, genere su propio insecticida (estamos hablando de un insecticida microbiano basado en el bacilo "Thuringiensis"). Es en este punto donde las empresas involucradas pretenden crear entre los agricultores una necesidad virtual que les obligue a buscar las SGM y crear, así, la dependencia permanente. Dependencia que, por cierto, es una de las estrategias de los magnates de la biotecnología para dominar globalmente la producción de semillas.

La defensa de la biodiversidad va tomando forma

En 1992, durante la Conferencia de Nairobi sobre la conservación de los recursos naturales, quedó aprobado el texto del Convenio sobre la Diversidad Biológica, en el que la bioseguridad es uno de los temas principales. Podemos decir que éste es uno de los pasos más importantes para asegurar la conservación de la diversidad biológica. A partir de esta fecha, la "bioseguridad" es tema ineludible en todos los encuentros ambientalistas. Tema que debe seguir discutiéndose a fondo por las secretarías de agricultura, medio ambiente y salud y las comisiones legislativas del Medio Ambiente, Desarrollo Social, Ciencia y Tecnología, Educación, Derechos Humanos, Agricultura y Ganadería.

La alerta mundial ha empezado a dar frutos. Una de las medidas importantes ha sido la elaboración del Protocolo de Cartagena aceptado en enero de 2000. El documento fue firmado por 133 gobiernos, México entre ellos. Se comprometieron a respetar el principio de precaución y a someter a vigilancia continua las posibles violaciones de comercio, clandestino o simulado, así como transfronterizo.

No somos confiables, no podemos asegurar que "los transgénicos no pasarán", conociendo las características de nuestro sistema de vigilancia fronteriza. Es inverosímil, pero es una realidad, pese a la revisión constante, el paso de cargas "invisibles" se da con frecuencia; sin ser vistos, clandestinamente, han cruzado nuestras fronteras, desde un elefante, hasta enormes camiones de carga repletos de costales de azúcar, enormes pacas de ropa usada y miles de pares de zapatos provenientes de China.

Sabemos que la autoridad aduanal ha sido presa fácil de la extorsión; por esta razón, las sanciones a quienes autoricen el paso o comercien ilegalmente con los transgénicos deben ser realmente severas, pues las ganancias por ejercer la piratería son infinitamente más altas que cualquiera de las multas actuales.

No obstante, la moratoria firmada por el presidente Vicente Fox en 1999, que desautoriza la producción comercial de SGM, dos años después, en ocho estados de la república, se encontraron evidencias de maíz transgénico. El hallazgo fue negado por las trasnacionales, pero gracias a los estudio, de verificación realizados por diferentes especialistas, la evidencia fue confirmada.

La insuficiente cosecha de maíz de los últimos años ha obligado al gobierno mexicano a importar la semilla para el consumo interno. Apegándose a los principios precautorios del Protocolo de Cartagena, sobre la seguridad de la biotecnología, el presidente de México ha firmado un convenio con su principal proveedor, Estados Unidos. Sin embargo, quedaron puntos poco delimitados y algunos inaceptables, como que, según el convenio, no sería necesario alertar con una etiqueta de "producto genéticamente modificado" si éste sólo contiene hasta el cinco por ciento de SGM, pues de ser detectada esta cantidad, se consideraría "presencia no intencional" en la mercancía. Con la reciente aprobación del dictamen de la Ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados, tampoco se resolvió favorablemente la protección a nuestros campos ni a nuestros agricultores. Simplemente, tal bioseguridad no se respetará con esta supuesta "ley", ya que, según entendemos el concepto: ley es el mandato, la indicación o la instrucción que dicta la autoridad competente para ejecutar una acción o prohibirla, de acuerdo a la necesidad de justicia y para el beneficio de los gobernados. En dos preceptos de esta Ley de Bioseguridad se incumple el mandato: a) Las autoridades que intervinieron en la elaboración de la exposición de motivos, en el contenido del proyecto de decreto y en la redacción del dictamen, no tuvieron la sensibilidad necesaria para vislumbrar el impacto que las semillas degeneradas acarrearán a la biodiversidad y a la salud humana b) La desventaja a la que se expondrá nuestro sector agrario es expresión absoluta de injusticia y perjuicio por parte de las trasnacionales. Sólo por estas dos razones, la recién aceptada Ley de Bioseguridad no debe entrar en vigor.

Debe puntualizarse, además, que dichas empresas comerciarán un producto que nadie demandó, pero no sólo eso, dicho producto, es el caso del maíz, es un bien netamente mexicano. El germoplasma pertenece históricamente a Mesoamérica y a quienes lo han cultivado por cientos de años. Monsanto y cómplices han experimentado sin autorización y pretenden invadir nuestros campos de cultivo, desplazando a las diferentes razas de este grano, que no sólo significa el alimento cotidiano para millones, sino que además, es la razón de ser de cientos de pueblos.

Por lo tanto, es de elemental justicia, que las empresas que se han apoderado de nuestras semillas naturales, paguen por el hurto germinal flagrante.

Por el momento, "los derechos de propiedad intelectual" o patentes reclamados por empresas como Biotech, Avantis y Monsanto, son un motivo de coerción y violación a los derechos humanos, así lo han señalado ampliamente los investigadores Peter Rosset (Estados Unidos) y Michael Meacher. Éste último, fue ministro británico del Medio Ambiente y ha sido removido de su cargo por las denuncias sobre el peligro de las SGM y por su respuesta a Tony Blair, en la que contradice ampliamente al primer ministro por sus "vacias aseveraciones" acerca de la seguridad de los transgénicos.

Meacher, paralelamente a las declaraciones de otros científicos, aseguró, en un artículo para un periódico de su país, que no es garantía de inocuidad la producción de las SGM sólo por el hecho de ser creadas a través de la ingeniería genética.

Por supuesto, el presidente de Estados Unidos no podía quedarse atrás. Envalentonado por su reelección, continúa defendiendo a capa y espada a su compinche británico. Arremetió contra los integrantes de la Unión Europea, declarando que este organismo ha venido bloqueando todas las alternativas que ofrecen los nuevos cultivos, los acusó de mostrarse miedosos y prejuiciosos ante los avances de la ciencia y actuó abiertamente a favor de sus compatriotas empresarios y similares extranjeros, haciendo hincapié en que, como lo había declarado anteriormente su ministro de Comercio, Robert Zoellick, el rechazo a las SGM está respaldado por grandes intereses obsesionados por fomentar una "histeria generalizada". Avaló la afirmación de que "millones de norteamericanos han estado consumiendo alimentos transgénicos por años y, pese a ello, no existen reportes ni estadísticas de alteraciones en la salud surgidas a causa de las SGM. Con la reelección de su gobierno, políticas agresivas de este tipo, mantendrán en riesgo al, de por sí, ya muy lesionado ecoambiente.

Pese a las declaraciones triunfalistas de la Casa Blanca, los reportes de la morbilidad de ese país son dignas de tomarse en cuenta: altas tasas de enfermedades sistémicas, hipersensibilidad a sustancias alérgenas, cardiopatías, hipertensión, cáncer, depresión y otras desgracias que tiene que soportar el pueblo estadounidense. Las estadísticas vitales están cambiando, existe una transición epidemiológica en ese país que debe tener una explicación más convincente.

La controversia por los horrores o bondades de las SGM puede observarse aun en instancias de supuesta neutralidad. Como ironía, descaro o falta total de consenso, podría calificarse el hecho de que dos organismos pertenecientes a la misma sigla, tengan una opinión diametralmente opuesta: Mientras que en el Programa de la ONU para el Desarrollo, la opinión oficial, asegura que las SGM son una oportunidad para el desarrollo agrícola de los países mal desarrollados, el Programa de la ONU para el Mejoramiento del Ambiente las califica como "semillas contaminantes", pero además, recomienda tomar todas las precauciones para su consumo.

¿Dónde está la excelencia científica del primer mundo?

Por supuesto, el interés de las empresas productoras de semillas degeneradas es convencer de las ventajas de sus productos; sin embargo, existe un peligro latente para la salud humana y para el equilibrio ecológico cuando las posibilidades de alteraciones genéticas en los organismos vivos no se estudian con rigor científico. Aprobar a diestra y siniestra proyectos de ley como el de la bioseguridad, de la forma como lo han hecho quienes legislan en el Senado de la República, no es sinónimo de criterio amplio o de cientificidad, es evidencia de una gran incapacidad de análisis o de una falta total de ética jurídica.

¿De qué estamos hablando?

La alteración genética no es un asunto temporal y pasajero. La vulnerabilidad ante las enfermedades y deformaciones causada por el consumo de semillas degeneradas, es una posibilidad real, tanto para seres humanos como para cualquier ser vivo en general.

Por tanto, es explicable la ola de protestas contra la nueva Ley de Bioseguridad y contra la política oficial de franco desdén al problema. El caso de la modificación al ácido desoxirribonucleico (ADN) es un asunto delicado. Tomar precauciones no es declararse en contra de los avances de la ingeniería genética de la que, por cierto, se esperan grandes beneficios para la humanidad y su entorno.

Si bien es verdad que los errores son los pasos previos para obtener conocimiento, un método científico no puede continuar aplicándose cuando dichos errores siguen presentes. Este es el caso de las SGM; los ingenieros genetistas continuaron con la producción de semillas modificadas sin tener la seguridad de que cada gen producía sólo una proteína determinada, como se había asegurado anteriormente y, pese a ello, se dio luz verde a su producción masiva.

Otros estudios han demostrado que no se tiene la seguridad de que un gen produce una sola proteína, por lo tanto, el consumo de sgm podría traer consecuencias inesperadas, no sabemos cuántas y qué tipo de proteínas podrían potenciarse a través de la modificación de la información de los genes y tampoco sabemos todavía cuáles son los efectos en los organismos vivos.

Otro de los errores que profundiza la desconfianza es que, hasta hace poco, se aseguró que el ser humano tenía en su mapa de ADN una cantidad mucho mayor a los 30 mil genes, cantidad que ha sido sostenida por Michael Meacher. En México, el doctor Gerardo Jiménez-Sánchez, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México y miembro de la Comisión Nacional para el Genoma Humano, opina que nuestro mapa de identidad alberga cerca de 40 mil genes.

¿Qué quiere decirse con esto? Que las aseveraciones emitidas por gente reconocida en el ámbito científico, también pueden ser equivocadas y refutadas a corto plazo. De la misma forma, quienes aseguraron que las semillas transgénicas no dañan la salud humana, también se equivocaron, pues los reportes de diferentes experimentos demuestran lo contrario.

No puede ocultarse que los estudios han sido claramente insuficientes como para asegurar que el consumo de SGM no repercute significativamente en la fisiología de las personas. Uno de estos estudios lo realizó la United Kingdom Food Standards Agency, no obstante su posición a favor de las SGM. Uno de sus reportes no ocultó los resultados de un estudio en donde se confirmó que el ADN modificado por ingeniería genética se transfirió a bacterias de los intestinos humanos. Sin embargo, no se le dio importancia alguna a este hallazgo, debido a que científicos pagados por las empresas biotecnológicas refutaron la alerta de peligro.

Meacher ha planteado que "cualquier comida de bebés conteniendo organismos genéticamente modificados puede aumentar dramáticamente las alergias. Asimismo, los inesperados cambios en los niveles de estrógeno de la soya transgénica usados en las fórmulas para niños podría afectarles en su desarrollo sexual".

No obstante, lo contundente de la declaración anterior, Héctor Bourges, investigador del Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán, opina que, si bien los transgénicos representan un riesgo latente para la salud, es recomendable esperar a que los estudios demuestren más evidencias de toxicidad: "La población debe ser informada ampliamente, por ambas partes".

En lo que sí está de acuerdo con quienes desconfían de los alimentos gm, es en calificar de "ingenuidad terrible" la pretensión de terminar con la desnutrición infantil sólo por el consumo de transgénicos (7.5 por ciento de la población infantil mexicana presentan diversos grados de desnutrición). Afirma que la buena alimentación de la población no depende de la calidad del maíz, sino de los hábitos alimenticios y estilo de vida de cada persona.

Otra de las aseveraciones que más desconfianza ha despertado es la insistencia en la alta "precisión y seguridad" de la producción de transgénicos. A los ingenieros genetístas les tomó por sorpresa las deformaciones encontradas en cultivos de SGM de frijol de soya y de algodón. Por tanto, precisión y seguridad, han quedado en el entredicho.

Estas deberían ser pruebas suficientes para prohibir definitivamente la producción de transgénicos. Los cambios insospechados en la morfología de las plantas degeneradas son, en sí, una evidencia suficiente para que las leyes sean contundentes, pues está en riesgo no sólo la salud de los seres vivos, sino la propia subsistencia de infinidad de especies. Los alimentos transgénicos no nos causarán sólo un dolor de estómago, el peligro es mucho mayor, pues estamos hablando de posibles mutaciones que no podemos, en este momento describir.
No ha querido tomarse en cuenta que los genes pueden presentar cambios insospechados; gente dedicada a la ciencia está de acuerdo en que "el posicionamiento al azar y la falta de control sobre las funciones del gen pueden cambiar cualquier característica de la planta sin evidenciarse inmediatamente. Los genes interactúan; un gen puede disparar otro efecto impredecible y no deseado".

La evolución de los genes lograda en forma consecutiva a lo largo de cientos de millones de años pretende detenerse o modificarse ahora por medio de la ingeniería genética y avalada por una supuesta ley de bioseguridad.

Ante el panorama de alerta, ¿podrá la biotecnología actual identificar y dar respuesta a los imprevistos y sus consecuencias a corto, mediano y largo plazo?, ¿a quiénes responsabilizaremos de las posibles mutaciones provocadas?, ¿estamos capacitados para cubrir el costo de una desgracia masiva?

Somos lo que comemos

Probablemente, desde que la humanidad encontró en el sedentarismo una forma más segura de procurarse los alimentos y una mayor protección física, aprendió a manipular y modificar los recursos que la naturaleza le ofrecía. Con métodos naturales lograron disminuir los inconvenientes del terreno de cultivo, del clima y de algunas plagas. No sabemos a ciencia cierta cuántos años tardaron en descubrir que la combinación de semillas las mejoraba. Gracias a este maravilloso experimento, el maíz adquirió características que han beneficiado a millones en el mundo. En efecto, la alimentación no mejoró por vía propia, la inteligencia humana puso su granito de arena. Pero en este caso, no hubo perjuicio alguno ni se amenazó la existencia de ninguna especie de vegetales. Nuestros antepasados se alimentaron lo suficiente, la prueba es que preservaron su existencia. La domesticación y mejoramiento natural de las semillas tuvo como resultado, en el caso del maíz, una mazorca más grande, más resistente y abundante. Nuestros antepasados encontraron una fórmula para "controlar" y mejorar su agricultura. La necesidad era alimentar a sus familias; el acaparamiento y comercialización no eran la prioridad ni el objetivo. La agricultura consolidó una forma de vivir basada en la explotación racional de la tierra.

Y, precisamente, de cultura estamos hablando. La misma que está en peligro por este tipo de biotecnología que, a través de la modificación genética, quiere imponer la cantidad por la calidad.

A lo largo de más de 9 mil años, el maíz ha sido el sustento de todos los pueblos que han vivido en nuestro continente. Inclusive, según las creencias de nuestros antepasados, la humanidad nació del maíz.

No podemos afirmar que la sensibilidad es una cualidad que identifica a los mandatarios del llamado primer mundo. Las protestas masivas en todo el orbe por las amenazas de desaparición de las diferentes especies y sus centros de origen han exacerbado los ánimos en la Casa Blanca y los del número 10 de Downy Street. Ambos jefes de Estado recibieron con mucho desagrado los reclamos por el irrespeto a la cultura. Al parecer no entienden que tanto costumbres como tradiciones han sido fundamentales para la conservación del germoplasma, es decir, del germen que le da vida a todas las especies del reino vegetal, así como de sus centros de origen. Obviamente, el aspecto cultural tampoco ha sido considerado seriamente por los empresarios. Intentan convencernos de que la ciencia poco tiene que ver con las tradiciones y que éstas son fácilmente sustituibles, argumentan que lo tradicional es sinónimo de atraso, pero además, dejan muy poco dinero.

De la misma manera, intentó imponerse la ya poco recordada Revolución Verde. Los supuestos resultados extraordinarios no convencieron y finalmente fue desechada. En aquellos días de "revolucionario verdor", el Reporte del World Watch Institute de 1989, indicaba que la reserva mundial de granos garantizaba la alimentación para 54 días, es decir, tres días menos que durante los años de siembra tradicional, y no sólo disminuyeron los días, sino que los precios se duplicaron por la escasez de éstos.

Con respecto al trigo, este importante cereal tuvo una baja alarmante en su producción; el consumo disminuyó en 50 gramos por persona. Los empresarios de la Revolución Verde, tuvieron que eliminar de la siembra, sólo en Estados Unidos, la cantidad de 20 millones de hectáreas para poder aumentar los precios. Las bodegas se vaciaron peligrosamente y aumentó, como en épocas de la Segunda Guerra Mundial, la amenaza de una hambruna generalizada.

La estrategia estadounidense para elevar los precios y dominar el mercado es desde hace muchos años la especulación. Millones de personas dependen de las reservas de granos de Estados Unidos y esperan la "buena voluntad" de su política comercial para no morir de hambre. La producción patentada de SGM le daría a este país un mayor poder de comercialización ya que, prácticamente, se apropiarían del derecho de ser los únicos productores de semillas, dejando a los agricultores tradicionales fuera del uso legal de las existentes en sus almacenes, pues si sus reservas llegaran a contaminarse con las SGM, podrían ser acusados de estar utilizando "semillas mejoradas", propiedad de las empresas de transgénicos.

Los fenómenos climatológicos han sido una amenaza más que se une a la especulación, haciendo más dramática la dependencia alimentaria. Un ejemplo, relativamente reciente, es la sequía que en 1988 azotó la región de América del Norte, desde Canadá, hasta la frontera de Estados Unidos con México. Debido a las bajas cosechas, la producción se redujo en un 31 por ciento, tanto en Estados Unidos como en Canadá. La escasez puso en peligro la salud de cientos de personas, especialmente niños y adultos mayores. Las cosechas insuficientes nos han demostrado que la dependencia alimentaria, inducida por el régimen capitalista y heredada por el actual neoliberalismo es uno de los más tristes y humillantes fenómenos que padece la humanidad. Por esa razón, la autosuficiencia alimentaria es uno de los principales bastiones de la soberanía y autodeterminación de los pueblos. Bastión que fue amenazado por la Revolución Verde y, en la actualidad, por las trasnacionales productoras de semillas degeneradas.
Otro reporte del World Watch Institute, indica que "las bajas reservas mundiales de granos hacen ver que el paquete tecnológico de la Revolución Verde no permitió resolver la alimentación del mundo, a pesar del desarrollo de semillas híbridas, la multiplicación por nueve de fertilizantes químicos entre 1950 y 1984, la triplicación del área de riego y la propagación de semillas precoces y enanas. En este momento, no hay métodos para aumentar sustancialmente la producción de alimentos ni tampoco existe tecnología alternativa que lo permita. Hay que contradecir la impresión entre el público de que la biotecnología es un remedio general para erradicar el hambre.

En la actualidad, son nuevamente los empresarios de los mismos países quienes se han visto en la necesidad de amafiarse al no poder, con la facilidad de antaño y a corto plazo, dominar al mundo a través de los estómagos.
Los jefes de Estado de Inglaterra y Estados Unidos han sido presionados para defender la millonaria industria transgénica, desmintiendo las acusaciones en contra de ésta. Se han aliado, así como lo han hecho en sus andanzas belicistas, para calificar de "prejuicios en contra de la ciencia" las medidas precautorias que han tomado la Unión Europea y otros países americanos ante la intención de ser invadidos por las, supuestamente inocuas, semillas degeneradas. La afirmación que prevalece en la gran mayoría de las conclusiones de los diferentes foros internacionales, es que el mercado mundial debe liberarse de las SGM, antes de que sea demasiado tarde.

La prisa por recuperar y multiplicar lo invertido ha llevado a los productores y vendedores de las SGM a reforzar su defensa recomendando su consumo ocultando las, todavía innumerables, incógnitas sobre el efecto nocivo para el equilibrio ecológico y la salud humana. Los transgénicos (alimentos, fármacos y otros productos) no son lo suficientemente recomendables ni confiables aún como para asegurar que son el futuro de la humanidad y, mucho menos, que son la garantía para detener el sufrimiento de millones de personas por el aumento del hambre y la miseria. De hecho, una de las conclusiones de la Primera Conferencia sobre Biotecnología Verde, organizada por la Cámara de Diputados, la UNAM, el Icadep y la Red de Jóvenes de Nueva Izquierda del PRD, enfatiza que "la biotecnología no se diseñó para terminar con el hambre". La biotecnología ha devenido negocio redondo para las transnacionales.

La preocupación y desconfianza por los, todavía no demostrados beneficios de las SGM, han tomado fuerza. Las organizaciones sociales, ambientalistas y defensoras de los derechos humanos están presionando para que se reconsidere lo recientemente legislado. Por lo pronto, en territorio del principal país productor de transgénicos, en uno de los condados del estado de California, el rechazo a las SGM ya se ha concretado en un decreto de ley que prohibe su producción y venta. Prohibida ha quedado también la producción de SGM en el país de Gales. Incluso, ambas regiones se han declarado "libres de transgénicos".

En la conferencia antes mencionada, Peter Rosset informó que las semillas transgénicas han perdido mercado debido a que en varios países ya se ha prohibido su consumo. Monsanto, productor del 90 por ciento de las SGM, ha tenido que reducir el precio de sus productos por la amenaza de quiebra.

Ante el rechazo mundial a las SGM, cabe preguntarse en este momento por qué la Cámara de Diputados y la de Senadores aceptaron la Ley de Bioseguridad. Abiertamente, están a favor de las transnacionales y en contra de nuestra soberanía. Ha quedado demostrado que la agricultura es un asunto sin importancia, que la biodiversidad es un renglón desconocido y que la apremiante situación de la población agrícola, puede seguir esperando.

Con la nueva Ley de Bioseguridad, las protestas de ambientalistas y de la ciudadanía en general, no pararán y la pobreza de nuestros campos aumentará. En diferentes foros se ha denunciado la persecución que están sufriendo científicos, investigadores de derechos humanos y periodistas.

Al parecer, un nuevo macartismo ha surgido y se ha puesto en práctica como en los viejos tiempos. La lista de amenazados por esta nueva tendencia va en aumento: Richard Burroughs, Alexander Apostolou y Joseph Settepani, de la Food and Drug Administration; los científicos canadienses, Shiv Chopra y Margaret Hydon; científicos de otros países, como los doctores Arpad Puszatai, Ignacio Chapela, Sam Epstein y David Quist; los autores Mark Lappé y Britt Biley y, los reporteros de televisión, Steve Wilson y Jane Akre. Esta es la lista que Jeffry M. Smith publica en su libro "Semillas del Fraude. Las mentiras de la industria y del gobierno sobre lo seguro que son los alimentos genéticamente modificados que estás comiendo" de la editorial Yes! Books.
La lucha legislativa

En México, durante los primeros meses de 2004 y organizados por el Grupo Parlamentario del Partido de la Revolución Democrática en la Cámara de Diputados, se llevaron a cabo cinco foros de consulta en diversos estados de la república. Se discutió ampliamente sobre los peligros de la tecnología productora de semillas degeneradas.

El documento "Marco Jurídico de Bioseguridad y la Minuta con Proyecto de Decreto de Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados", fue el resultado de las innumerables reuniones para concretar el diseño de ley que necesitábamos. Los párrafos primero y segundo del punto dos, contienen el espíritu de dicho compromiso:

"Existe el convencimiento de que se requiere legislar sobre el tema, tomando en cuenta los puntos de vista de todos los actores sociales. El consenso es que se requiere una regulación en donde predomine el interés público, antes que el privado.

"La legislación sobre bioseguridad deberá expresar su compromiso de contribuir a la soberanía y seguridad alimentaria de la nación, impulsando la producción agropecuaria, siempre defendiendo la biodiversidad del país, proporcionando la seguridad absoluta con relación a los ogm de los llamados centros de origen de la diversidad genética y las áreas naturales protegidas".

La expectativa apuntaba a una nueva legislación, diferente y efectiva en la conservación de la biodiversidad. Quienes hemos participado en diversas discusiones sobre el tema, tenemos la confianza de que la conciencia social, la ética política y el compromiso como representantes populares, serán los componentes motivadores para que nuestros legisladores y legisladoras se comprometan en la revisión y modificación de la polémica Ley de Bioseguridad, recientemente aceptada.

La aparición de los controvertidos organismos genéticamente modificados nos obliga a reflexionar sobre el siguiente pensamiento: No importa tanto lo que nosotros sabemos, sino cuántos lo saben.

* Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.

Tomado del Instituto de Estudios de la Revolución Democrática http://ierd.prd.org.mx/